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Jan 27, 2024

Ciudades densas, recolección de agua de lluvia y materiales porosos: la arquitectura que puede salvarnos de sequías desastrosas

El cambio climático no solo trae aumentos en las temperaturas globales, clima extremo y aumento del nivel del mar. También provoca cambios drásticos en las precipitaciones, provocando inundaciones y sequías. En los últimos meses, plagados de sequía, interrumpidos solo por una tormenta reciente, España se ha convertido en un claro ejemplo de esta tragedia ambiental. Por lo general, llueve poco (el pasado mes de abril fue el más caluroso registrado)... pero cuando llueve, llueve a cántaros.

Las lluvias desiguales resultan en desastres tanto ecológicos como económicos. Según el Consorcio de Compensación de Seguros de España y el Instituto Geológico y Minero, se estima que los daños por inundaciones tendrán un costo anual promedio total de más de $ 850 millones. Por lo tanto, parece que no hay alternativa: todos los sistemas de la sociedad, ya sean políticos, económicos, científicos o industriales, necesitan acelerar el desarrollo de un nuevo modelo que permita una transición ecológica hacia la neutralidad climática.

La arquitectura también puede jugar un papel importante. Carson Chan –director del Instituto Emilio Ambasz para el Estudio Conjunto del Medio Construido y el Medio Natural– señala que la arquitectura es, de hecho, “una disciplina ambiental” que debe contribuir a la adecuada gestión del agua. Chan es el curador de Emerging Ecologies: Architecture and the Rise of Environmentalism, una exposición que se llevará a cabo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York en el otoño. Presenta una colección de maquetas, fotografías, bocetos y otros materiales de archivo de proyectos concebidos entre las décadas de 1930 y 1990 que tienen fuertes componentes ecológicos.

"Vemos esta exposición como parte de una discusión más amplia sobre el compromiso histórico, presente y futuro de la arquitectura con el medio ambiente", explica Chan a The Architect's Newspaper. "Ayuda a establecer los esfuerzos históricos realizados por las prácticas arquitectónicas para abordar el impacto de la humanidad en los sistemas naturales, [para que podamos] mirar los esfuerzos presentes y futuros de una manera informada".

El viejo arte de diseñar y construir edificios y ciudades puede ser un poderoso aliado en la lucha contra sequías e inundaciones a diferentes escalas, desde el nivel individual hasta el nacional. Residentes, arquitectos, urbanistas, administradores municipales y políticos pueden participar.

Un estudio de 2020 del Instituto Nacional de Estadística de España revela que el consumo medio diario de agua de los hogares españoles fue de 133 litros por habitante. Según el Ministerio para la Transición Ecológica, la mayor parte de esta agua se destina a la rutina de ducha de los españoles (34 %), seguida del inodoro (21 %), el fregadero (18 %), la lavadora (10 %), el lavavajillas – que consume solo un 5% y ahorra hasta un 60% del agua que se usaría lavando manualmente – y cocinando (3%).

La responsabilidad individual exige una revisión consciente de nuestros hábitos de consumo diario. Controlar los tiempos de ducha, cerrar los grifos mientras nos cepillamos los dientes o afeitarnos, no utilizar el váter como papelera y poner cargas completas en el lavavajillas y la lavadora puede suponer un ahorro individual de entre 10 y 25 litros de agua al día.

Estas prácticas también se pueden complementar con la implementación de tecnología sencilla y asequible en el hogar. Griferías con limitador de caudal (que pueden ahorrar entre un 50 y un 75% de agua corriente), inodoros con cisternas de doble descarga, sistemas de riego inteligente y electrodomésticos de bajo consumo (algunas lavadoras ecológicas ahorran hasta un 24%; lavavajillas, hasta 50%) todos favorecen la reducción del consumo de agua en el hogar, sin necesidad de grandes reformas.

La huella hídrica global per cápita, que tiene en cuenta todas las actividades diarias, el riego, el proceso industrial y el transporte, se estima en 1,24 millones de litros al año. En algunos países desarrollados, sin embargo, la cifra puede ser el doble. Reducir nuestra huella hídrica depende, en parte, de cómo nos alimentamos (la producción de una libra de carne de res requiere alrededor de 7.000 litros de agua, frente a menos de 100 litros para una libra de tomates) de cómo nos vestimos (hacer una camiseta de algodón una camisa requiere alrededor de 2.700 litros de agua, en comparación con los 8.000 litros de un par de jeans) y, de manera crucial, en la arquitectura que habitamos.

Un estudio pionero de la Universidad Autónoma de Madrid ha estimado que la construcción de una urbanización típica (100 viviendas de 1.000 metros cuadrados por unidad) en España genera una huella hídrica similar a la que se necesitaría para llenar 20 piscinas olímpicas. Mientras tanto, investigadores de la Universidad de Melbourne han analizado la huella hídrica de los materiales de construcción más comunes. Han descubierto que metales como el cobre, el aluminio y el acero inoxidable encabezan la lista. A estos materiales les sigue la madera, que requiere el doble de agua que la producción de hormigón. Finalmente, los materiales terrosos, como arcillas y cerámicas, requieren menos agua para producir y transportar. Al igual que ocurre con la alimentación, los materiales locales siempre tendrán una menor huella hídrica, ya que los costes asociados al transporte se reducen considerablemente.

Además de los materiales utilizados, existen otras estrategias arquitectónicas que contribuyen al ahorro de agua. “Aunque el [tipo de] uso y el número de usuarios son determinantes para el diseño de una instalación adecuada, los sistemas de captación de agua de lluvia en cubiertas son relativamente sencillos de implementar en nuevas construcciones. Con un tratamiento sencillo, esta agua puede ser utilizada para riego y aseos", explica el arquitecto Héctor Navarro, que junto a su colega Manuel Blanco está comisariando una exposición sobre el agua en Madrid. "Otras opciones más complejas también pueden incluir la reutilización de aguas residuales (de duchas, lavavajillas, lavadoras) para riego e inodoros, lo que permite que se utilicen múltiples ciclos de agua antes de devolverla a los sistemas de saneamiento".

En España ya existen algunos edificios que adaptan su arquitectura a la complicada situación hídrica del país. Es el caso de la estación de transporte público del Parque Felipe VI en Logroño, España. Diseñado por Iñaki Ábalos y Renata Sentkiewicz, ha sido recientemente galardonado con el premio Asprima-Sima 2023, en la categoría de "Mejor proyecto de regeneración urbana". La cubierta de la estación es un parque de 1.600.000 pies cuadrados que integra sistemas de drenaje que recogen el agua de lluvia y los excedentes de riego para su reutilización, de tal forma que apenas consume agua. “Esto -junto al riego a través de los diferentes canales subterráneos que existen en la ciudad- se traduce en una gran zona de depuración del aire y un aumento de la biodiversidad, lo que da una condición natural al entorno urbano”, explica Ábalos a EL PAÍS en una entrevista anterior. este año.

El desafío para el futuro es diseñar modelos y políticas de desarrollo que nos permitan seguir viviendo en ciudades que consumen cada vez menos agua. Sabemos que la densidad urbana favorece el uso eficiente de los recursos energéticos, infraestructuras y servicios necesarios para la vida en una ciudad. Así, como regla general, podemos concluir que a mayor densidad, menor consumo de agua.

Otra estrategia fundamental pasa por la "renaturalización" de las ciudades. “En un bosque, el 95% del agua de lluvia es absorbida por el suelo y el 5% se convierte en agua de escorrentía. Sin embargo, en entornos urbanos con pavimentos impermeables tradicionales, estos números se invierten. Es por eso que, en escenarios de lluvias excesivas, las ciudades terminan inundando", explica Navarro.

El diseño de ciudades porosas implica instalar suelos con vegetación natural, que se adapten a la realidad del entorno. El suelo es la opción más permeable, seguido de grava, arena o arcilla. El asfalto y los adoquines también se pueden producir con materiales filtrantes (o sistemas híbridos, que llenan los huecos en el cemento con pasto o grava) que sirven tanto como sistemas de recolección de agua de lluvia como de defensa contra lluvias torrenciales e inundaciones. Los suelos naturales también evitan que los acuíferos subterráneos se sequen, reduciendo efectivamente el sobrecalentamiento de las áreas urbanas.

Finalmente, las ciudades también deben dedicar recursos a la construcción de nuevas infraestructuras de gestión del agua. “El Madrid moderno que se desarrolló a mediados del siglo XIX fue posible gracias a la creación del Canal de Isabel II, que traía el agua necesaria a la ciudad. Hoy, el canal capta, gestiona, trata y regenera el agua, que se utiliza para regar los parques y calles de Madrid, devolviéndola a la naturaleza en estado limpio. Sólo en este contexto podemos entender las ciudades del nuevo milenio”, subraya Manuel Blanco. Es director de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM). "Para poder vivir en [estas ciudades], necesitamos buenas prácticas sostenibles en la distribución, recolección, uso y purificación del agua, [mientras poder] devolver el agua a su entorno natural. La arquitectura es agua, porque sin ella, tú no se puede construir. Y, sin agua, la vida urbana sostenible en nuestro planeta no es posible”, concluye Blanco.

Históricamente, las costosas instalaciones relacionadas con el agua, como las plantas de tratamiento de agua, las plantas desalinizadoras, los sistemas de canales y las plantas de tratamiento, se han percibido tradicionalmente como males necesarios. Es por ello que la sociedad en general ha optado por implementarlos con una arquitectura estrictamente funcional, sans carisma, para ocultarlos al público. Hoy, sin embargo, cada vez más arquitectos aprovechan para convertir estos proyectos vitales en símbolos de desarrollo y compromiso con el medio ambiente. Así lo han demostrado obras como la depuradora junto al lago Whitney en Hamden, Connecticut. Diseñado en 2005 por Steven Holl y Chris McVoy, combina un edificio de acero inoxidable de 360 ​​pies de largo en forma de gota de agua invertida con un parque público de cinco acres cerca de la Universidad de Yale.

Otro buen ejemplo de este orgullo medioambiental es la ampliación de la planta de tratamiento de agua de San Claudio, cerca de Oviedo, España. Terminado en 2016 por el estudio de arquitectura Padilla Nicás, se compone de edificios elegantes y bien definidos, en clara armonía con las estructuras circundantes, todos los cuales están revestidos de aluminio gofrado y policarbonato translúcido, con la intención de reducir su impacto en un llamativo paisaje. “Nuestro objetivo es dotar a los nuevos edificios de [tamaños y diseños] respetuosos con el entorno rural en el que se ubican, satisfaciendo los usos y alturas requeridas, utilizando materiales de bajo coste y bajo mantenimiento”, explican los creadores. .

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